Kartas a Kim #4. Dominar y destacar/ La performatividad del rocanrol
Ágata Ahora. En términos generales, en cualquier ámbito sociocultural, no se fomenta que las mujeres destaquemos más allá que por nuestra belleza, contemplada por la mirada masculina, por nuestra bondad, nuestra gentileza… y otros parámetros de madre-esposa. En la música alternativa, por tanto, tampoco. Pero ¿hay algo más? ¿Algo específico de la performatividad de la música que no nos incluye? ¿Lo que se espera y lo que se refleja de quien sube al escenario es masculino? ¿Puede ser de otra forma? Kim Gordon habla de la eterna distinción entre arte (masculina) y artesanía (femenino).
“(…) por lo general, a las mujeres no se les permite ser la hostia. Es como la famosa distinción entre arte y artesanía: el arte y el desenfreno y llevar las cosas al límite es algo masculino; la artesanía, el control y el refinamiento es para mujeres. ”. Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015).
Querida Kim,
Hace unos meses, en una mesa redonda sobre mujeres en la música a la que Sangre Fucsia me invitaron a participar, Laura, la moderadora, nos preguntó si veíamos alguna característica de la escena musical que hiciera que la situación de las mujeres fuera diferente a la general en otros ámbitos culturales. Dilia (de Perra Vieja) dijo que no veía peculiaridades porque, al final, la música es una parte más de la cultura; Elena Cabrera (Autoreverse), señaló que el grado de sexualización es mayor que en otros escenarios. Lo de la hipersexualización es un temazo, y espero poder tratarlo en un post más adelante, a raíz de algunos comentarios del libro.
En el fragmento anterior tú señalas un factor interesante: la separación arte/artesanía que divide las aportaciones deseables por géneros. Se corresponde a la clásica distinción público/ privado: el arte pertenece al espacio público (dominado por el hombre); la artesanía al espacio privado (reservado para la mujer). En esto la música poco se diferencia frente a otras formas de arte.
Además añades otros factores en relación con la performatividad, ya en el espacio público (desenfreno y llevar las cosas al límite vs. control y refinamiento), que sí señalan ciertas diferencias en la música frente a otras formas de arte. Precisamente en la experiencia compartida, en el directo, es posible que el hacer y compartir música suponga una mayor exposición respecto a otras disciplinas, como la fotografía y la literatura (que se hacen en nuestro cuarto propio, aunque luego se expongan en espacio públicos) o la interpretación (ensayada y controlada al detalle, de nuevo, en un ámbito más privado). Por tanto, es posible que la música suponga un mayor riesgo en un espacio hostil. No lo sé, quizás en un sentido similar a la improvisación en teatro o en poesía.
Desde luego, tener un grupo, subirse a un escenario y compartir tus canciones tiene un punto exhibicionista y de toma del espacio, lo que entra en cierta contradicción con los valores femeninos tradicionales, que se transmiten a través de recriminaciones más o menos cariñosas del entorno, mediante mensajes continuos de los medios de comunicación. Nos piden ser comedidas, respetables, modosas. Nada de eso se corresponde con una rockstar en el escenario.
Eh, eh, pero están Debbie Harrie, Janis Joplin, Juliette Lewis, PJ Harvey… en una siguiente carta si quieres hablamos precisamente de eso, de las que es salen de su norma, a partir de otra reflexión tuya sobre el tema. En cualquier caso, de nuevo, hay que tener en cuenta que son casos puntuales. La situación general es que las mujeres siguen estando en minoría sobre el escenario y los roles hegemónicos son siempre los mismos, como decía Sole Parody: chica mona asexuada o zorra, siempre en torno al sexo leído por varones, y por tanto, como objeto contemplado, no como sujeto activo, que busca la provocación y el límite fuera de la mirada de nadie, sino como parte de su identidad.
La improvisación, la ostentación.
En el escenario, y más en contextos no-formales (*), entra en juego otro factor: eres tú con tu instrumento, y a veces toca arriesgar (la búsqueda de los límites, el descontrol). En la performatividad del rock o el punk, etc. la improvisación –lo que no se puede controlar, lo que no sabes a dónde te llevará– tiene un papel importante. Pero, Kim… ¿Cuantas chicas has visto tú participando en jamsessions? ¿Y en otro papel que no sea cantando?
En relación con el riesgo también está, en muchos casos, el desorden, el desenfreno. Y como comentas, son lugares en los que, a priori, no se nos ha invitado a estar, y, por tanto, es posible que no estemos del todo cómodas. En contraposición, sugieres el refinamiento y el control. Muy rocanrol todo eso, yes.
También en el camino de la búsqueda de los límites está la ostentación. El señor flipado levantando el mástil de su guitarra y tocando un solo con la boca abierta; dando palmas jaleando al público; dirigiendo su mirada desafiante mientras aúlla; contoneando su cuerpo entre las primeras filas. Son referentes claros que creo que tod*s tenemos en nuestras pupilas: eso es rocandrol. No es control, no es refinamiento. Es perder los papeles. Son cosas de señores. Asumimos que esos son los roles válidos en el contexto de la música alternativa, y, por otro lado, que no son roles válidos para nosotras, según el modelo de feminidad hegemónico.
Y no es que a mi me parezca mal, de hecho me gusta bastante el chourockero, las luces y las plataformas giratorias (oh, una de mis filias, el rock de señores). Por supuesto, tampoco veo necesario que todas las mujeres adquieran esas actitudes, cada una con su rollo sobre el escenario. Lo dañino es que esos sean los únicos referentes y que todos sean predominantemente masculinos.
Si el imaginario de gran parte de la música pop, rock, punk, hardcore, metal… incluye únicamente a señores haciendo muestra de su poder masculino en el escenario, para que una niña se vea identificada con esa realidad, y a la vez se sienta a gusto con el mensaje que le cuentan en Disney Channel tiene que hacer un par de piruetas mentales. Mientras tanto, otras performatividades, otras formas de disfrutar de la música sobre el escenario, de compartir el espectáculo y el mensaje, quedan invisibilizadas, o incluso quedan sin existir.
(*) ¿Qué pasa en otros contextos como el de la música clásica, en el que l*s instrumentistas responden a la técnica, el rigor y la práctica? ¿Sigue habiendo muchas menos mujeres?
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Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?