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Kartas a Kim #8.3 Autoexigencia/ Reafirmación. Ft. Marta Sancho (Genderlexx/ Balaclava/ Agnes)
Ágata Ahora. Retomamos el tema de la exigencia, en este caso en relación con el aspecto más técnico de la música. No sé vosotras, pero yo he oido muchas veces a instrumentistas minusvalorando su destreza o invisibilizándose, “no, que va, yo no toco bien”. Me pregunto, ¿está esto relacionado con la escasa cantidad de tías instrumentistas (virtuosas) en los grupos? Y, ¿con su casi completa ausencia en las listas de mejores guitarristas, baterías, bajistas…? La educación femenina en agradar y no hacer mucho ruido, el entorno, la falta de referentes… desde luego, no ayudan, pero: ¿también tiene algo que ver la exigencia con esto? En esta entrada Marta Sancho (Genderlexx, Balaclava, Agnes) me ayuda (y mucho) a analizar el tema, a partir de su experiencia como pianista y guitarrista de formación técnica y espíritu rocanrol.
“Nunca me he visto a mi misma como una cantante con buena voz, ni siquiera como una música. Soy capaz de salir al escenario porque me imagino que es como si fuera a saltar de un acantilado”– Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015).
“Animemos a cualquiera que tenga un poco de ilusión a aprender”
Querida Kim,
Menuda locura, ¿no? Quiero decir, si tú no te ves como una música… ¿quién lo va a ser? ¿Incluso las que SÍ LO SOIS seguís sin sentirlo? No puede ser. Veamos, preguntemos a otra guitarrista técnica y capaz: Marta Sancho. Marta lleva un montón de tiempo (y más teniendo en cuenta que tiene… ¿23 o 24 años?) formándose y dedicándose a la música, como pianista, como guitarrista, tocando con grupos, en sus propios proyectos… ¿También ella se escudriñará con ojos severos?
Kim, esta es Marta:
Marta Sancho toca la guitarra con movimientos líquidos, casi imperceptibles. El sonido llega en ondas acuosas, frío y disonante a veces, contundente y brutal en otras. Sobre el escenario mira distraída sus zapatos, mientras juega a perseguir las notas en el mástil, como sabiendo que puede hacer lo que quiera con ellas. Es una instrumentista versátil, como muestran sus diferentes proyectos: Agnes, Genderlexx y Balaclava. También toca el piano, que es su instrumento principal y en el que ha recibido formación clásica, y, la primera vez que nos conocimos me dijo que le gustaría ser cantante, así que en algún momento lo será. Marta es una música madura pero también una artista en potencia.
Marta, Kim. Pasamos a las preguntas.
P: Tú eres una gran guitarrista técnica, ¿cómo llegaste a serlo?
R: Ojalá fuera una gran guitarrista. Empecé a estudiar música a los siete años. Primero fue el piano, el lenguaje musical y la armonía, aunque lo que a mí me apetecía era la guitarra. A los catorce empecé guitarra moderna. Al principio era un sentimiento muy adolescente: quería una guitarra eléctrica y vivir las promesas de la vida de rock and roll star de las leyendas musicales que admiraba. Luego vino lo serio. Las escalas, las tensiones, acordes imposibles, resolver en la nota correcta, las improvisaciones, nuevos sonidos… Desde muy pequeña, cuando empecé con el piano, había convivido con la idea de que ser música era dominar una técnica, aprobar exámenes y tocar ante un tribunal… ¿Por qué iba a ser distinto con la guitarra? Esto me sigue pareciendo una forma horrible de acercarse a un instrumento.
P: Me lo parece a mí, ¿o es muy habitual oír a mujer músicas minusvalorando su trabajo (como hace Kim Gordon en la cita escogida, o acabas de hacer tú en tu respuesta anterior)?
R: Sí que es habitual. Estudiar música fue durante años pensar que siempre podría haberlo hecho mejor. Es ser demasiado consciente de los fallos y el camino que queda por recorrer. Nunca estaba satisfecha con el resultado de mis audiciones o conciertos. Creo que esto es más resultado de la educación musical reglada en Escuelas, Academias y Conservatorios, aunque es especialmente frecuente en las chicas, sobre todo en guitarristas. Si nadie te trata como una música de verdad ¿cómo vas a creértelo? Tenemos el doble trabajo de aprender a tocar lo mejor posible y deshacernos de toda la mierda que nos meten en la cabeza.
Los instrumentos siguen en manos masculinas. Ellos no tienen que justificar su presencia, están por pleno derecho. No los han educado en el miedo o el pudor, sino en el éxito.
P: ¿Tú como gestionas la autoexigencia, para no permitir que te paralice?
R: Todas sabemos que los estudios musicales no son un camino de rosas plagado de sonrisas y palabras alentadoras. Hay sufrimiento. Esto es negativo. No sé si es negativo en todos los casos o solo en mí por algún tipo de predisposición natural al estrés. Desde muy pequeña tuve que familiarizarme con la autoexigencia, una sombra que me ha acompañado desde que empecé con la música y que en ocasiones ha resultado nefasta. No es que me acompañe, es que nació cuando la música apareció en mi vida a los siete años. Los nervios, el miedo a fallar, a decepcionar… Son ideas que empezaron a tomar forma cuando empecé mis estudios musicales, especialmente los de instrumento. Sentía que no era a mí a quien tenía que demostrar nada, sino al resto. Hablando con otras estudiantes de música, éste es un temor generalizado. Conforme fui creciendo, me di cuenta de que ese miedo lo padecían todas las personas de mí alrededor, lo que nos diferenciaba es que yo fui consciente del fracaso antes que el resto de niñxs de mi entorno no musical.
P: ¿Qué implicaciones tiene esta anticipación del (hipotético) fracaso?
R: Para mí la presión externa a la que estamos sometidas como instrumentistas es una losa que no nos permite, a quienes no tenemos un talento excepcional, desinhibirnos a la hora de tocar. Como si la continua justificación fuera una estrategia anticipatoria, una especie de “eh, sé que me vais a mirar con mil ojos llenos de escepticismo, así que voy a adelantarme y a infravalorarme” .Una suerte de autodefensa muy mal entendida. Y ahí estamos otra vez: justificándonos todo el rato, como si las expectativas en torno a nuestra habilidad no pudieran ser altas ni ciertas.
P: ¿Qué peso tiene el entorno en esto?
R: Hay que arañar y derribar muchos muros hasta poder tener reconocimiento como instrumentista femenina. Para destacar no vale con saber tocar, hay que ser muy buena.
P: ¿Qué tipo de barreras has percibido en este sentido a lo largo de los años como música?
P: Al principio la falta de referentes, no poder compartir con otras chicas de mi edad mis inquietudes a la hora de tocar. Mi problema, más allá de hacer una ejecución mejor o peor, era que los chicos no entendían mis nervios por ser la chica, la única muchas veces. Le restaban toda la importancia que yo pudiera darle. Esos miedos no eran sus miedos.
Durante esos primeros años tuve que lidiar con mi gran amigo el paternalismo:
¡Tocas bien para ser una chica!
(Gracias, supongo. Gilipollas)
La falta de confianza en mis aptitudes como instrumentista por parte de la mirada masculina era otra constante. Como si pensaran: déjale la guitarra, que se entretenga un rato.
La cosificación. Colgarse una guitarra daba pie al halago fácil por parte de algunos chicos que sólo buscaban ligar.
Oye, te he visto tocar. Lo haces de puta madre. Y además eres guapa.
(Eso, sigue, en algún momento de la noche caeré).
A veces era como estar expuesta en un escaparate.
Con los años aprendes a ignorar a todas esas personas que no ven más allá y acabas pensando: eh ¡qué coño! ¡Sé tocar! ¡He mejorado!
Y sigues esforzándote, sabiendo que tu camino es más difícil y que vas a tener que crear tus propias estrategias de resistencia en un mundo musical donde todavía somos minoría.
P: ¿Siguen siendo pocas las tías que destacan en su labor técnica como instrumentistas?
R: Son muy pocas. No hay más que mirar las listas de mejores instrumentistas, o ver quiénes siguen ocupando mayoritariamente los escenarios de las salas de conciertos y auditorios. Vamos ganando terreno con el paso de los años, aunque subvertir las estadísticas es enfrentarse a un problema estructural de la sociedad y darse de bruces con la realidad todavía machista del mundo de la música. Van siendo también más las mujeres que se especializan en instrumentos tradicionalmente no femeninos (porque hasta para esto hay roles). Aún queda mucho por hacer pero, por lo menos, ya van siendo más las cabezas no masculinas que asoman.
La continua justificación es una estrategia anticipatoria, una especie de “eh, sé que me vais a mirar con mil ojos llenos de escepticismo, así que voy a adelantarme y a infravalorarme”
P: ¿A qué crees que se debe la situación?
R: Es un problema social estructural. Los instrumentos siguen en manos masculinas. Ellos no tienen que justificar su presencia, están por pleno derecho. No los han educado en el miedo o el pudor, sino en el éxito.
El camino titubeante, con paso miedoso, intentando convencer al resto que merecemos estar ahí dando conciertos y tocando es para nosotras. ¿Por qué no íbamos a merecerlo?
P: ¿Se te ocurren estrategias conjuntas para revertir esta situación?
R: Hacer piña, equipo, tocar juntas, visibilizarnos, ayudarnos. Compartamos lo mal que lo pasamos muchas veces ensayando, lidiando con otros instrumentistas. Hablemos de lo duro que puede ser hacerse hueco con tu instrumento entre los tíos. Hablemos de lo malo, pero también de lo bueno. Animemos a cualquiera que tenga un poco de ilusión a aprender, digámosle que puede hacerlo, lo bien que se pasa ensayando con más gente, en los conciertos, lo maravilloso y satisfactorio que es crear conjuntamente con amigas… Si conseguimos que este mensaje cale poco a poco, al final seremos muchas.
Hay que arañar y derribar muchos muros hasta poder tener reconocimiento como instrumentista femenina
P: ¿Qué consejo le darías a una tía que está empezando a tocar la guitarra?
R: Que no tiene que demostrar nada a nadie. Absolutamente nada. Que toca porque quiere y le gusta. Al principio puede parecer abrumador, pero con paciencia todo se puede. Es mucho esfuerzo aprender a tocar un instrumento, pero no hay que olvidar por qué empezamos y por qué seguimos ensayando: nos encanta tocar. Eso no nos lo puede quitar nadie.
Hay que estar preparada para muchos momentos tensos donde, a veces, la presión puede más (menudos lloros he echado yo antes, durante y después de los exámenes de instrumento). Pero sobre todo hay que recordar la ilusión con la que se coge por primera vez una guitarra.
También le aconsejaría que monte bandas con otras tías, que hagan ruido, que sean arrolladoras, que compartan, que aprenda de otras en su situación. En mi caso, lo individual de la forma en que aprendí a tocar, ensayando horas sola en mi casa fue devastador en algunos momentos. Nadie nos lo va a poner fácil, ayudémonos entre nosotras.
Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?
Kartas a Kim #9.1. Imagen e identidad. Apropiación de la imagen. Ft Paula JJ (Dúo Divergente)
Ágata Ahora. En La chica del grupo Kim Gordon habla en numerosas ocasiones sobre su imagen; a veces desde un punto de vista crítico, sabiendo el peso excesivo que se le otorgaba desde fuera, y otras de forma más confesional o autoreflexiva, narrando como la percibía ella. Empezamos pues un bloque de cartas dedicadas a la imagen, a la estética, a los cánones… y a la manera de subvertirlos. Para ello rescatamos esta carta publicada en el fanzine Sisterhood #2 Belleza, protagonizada por Paula Yei Yei (en ese momento de Dúo Divergente, ahora de las aun cuasi-secretas Las Odio). Con ella nos preguntábamos: si la mujer música es considerada un objeto de contemplación, ¿es posible ir más allá de la primera subversión de la mirada hegemónica (negarlo: NO, no lo somos) y apropiarse de la imagen y convertirla en un mensaje artístico propio? Buscamos estrategias para hacer nuestros nuestro cuerpo y nuestra belleza sobre el escenario. Convertirlos en otro campo de batalla.
“La mirada hegemónica es tan limitada que existen infinitas maneras de transgredirla”
Querida Kim,
El asunto de la imagen me resulta delicado. Yo, como música, no he conseguido sentirme del todo tranquila al respecto, encontrar el equilibrio entre “me estoy arreglando demasiado” y “esta ropa no dice nada”; entre querer provocar y evitar distraer del mensaje meramente musical. Ahora, aquí en Sisterhood #2 Belleza, también veo peliagudo hablar de ello sin caer en la frivolidad. Como público es complicado no prestar demasiada atención a esto. Más, cuando la persona sobre un escenario es una mujer: es muy guapa; uh, qué falda más chula; me gusta la parte de arriba, pero creo que esos zapatos no pegan nada… Sin embargo, es posible abrir vías alternativas que conduzcan a otras cosas. Por ejemplo, integrar la imagen corporal en un discurso estético propio, sin que eso limite tu desarrollo como música. Una evidencia a nuestro favor es Paula Yei Yei.
Paula Yei Yei es la mitad del Dúo Divergente. Suyas son las letras delirantes (que lo mismo hablan de unas vacaciones erráticas en Tijuana como de la cultura postmoderna), las voces y los bailes. Hoy hablamos, sin embargo, de la componente estética: en su caso, una potente imagen mod, que refuerza el retrofuturismo del proyecto. Lo hacemos a partir de la siguiente cita de tu libro:
“Cuando Sonic Youth daba sus primeros pasos, hice un verdadero esfuerzo por tener un aspecto más punk, para eliminar cualquier elemento que pudiera recordar al aspecto y la feminidad de una chica de clase media del oeste de Los Ángeles. Al principio, cuando acababa de llegar a Nueva York, Phys Chatham siempre me decía <<¿Sabes qué, Kim? Siempre parecerás de clase media>>. Insinuaba que, para ser más punk, uno tenía que ser de algún modo más feo, como si el hecho de parecer un perdedor le dotara a uno de cierta autenticidad. Lo que Rhys quería decir, creo, es que yo era quien era” – Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015).
Pregunta: ¿Cómo crees tú que podemos apropiarnos de nuestro aspecto y escapar de la mirada impuesta, como dice Kim, ser quién somos?
Respuesta: La mirada hegemónica es tan limitada que existen infinitas maneras de transgredirla. Para conseguirlo, puede ser muy útil desafiar de algún modo el canon estético establecido. En mi caso, disfruto llevando minifaldas, gogo boots, medias de rejilla… y luego voy sin depilar. Es una forma sencilla de crear un cortocircuito en las expectativas de la mirada más conservadora y convencional. Pero esta es mi forma, cada una debe encontrar la suya. Si es que le interesa, claro. Lo importante es ser tú misma.
P: Y desde el otro lado… ¿hasta que punto seguimos perpetrando el peso de la imagen como público?
R: A mi me pasa un poco al revés. Creo que las feministas nos forzamos a valorar menos los aspectos estéticos en las músicas, precisamente por intentar compensar la presión a la que estamos sometidas desde la mirada patriarcal. Entiendo los mecanismos que nos llevan a ello, pero me niego a dejar de valorar la estética de las artistas que me apasionan por hacerme responsable de los errores ajenos. Creo que la imagen y la sensualidad son dos componentes muy importantes en el rock, por eso no debemos negarlos, sino apropiarnos de ellos y manejarlos a nuestro antojo, como músicas y como espectadoras.
La imagen y la sensualidad son dos componentes muy importantes en el rock, por eso no debemos negarlos, sino apropiarnos de ellos y manejarlos a nuestro antojo
P: Sin embargo, en las dos primeras portadas de Dúo Divergente no salían vuestras caras, ¿por qué?
R: Quisimos huir del excesivo peso que tiene la imagen individual en la cultura del yo en la que estamos todos metidos, que en la música se acusa especialmente. Aún hoy nos incomoda un poco toda la parafernalia de las fotos preparadas, los videoclips y en general los paripés que tienen como finalidad promocionar la música. Admiramos el trabajo de mucha gente que se dedica a eso, pero es algo que nos sigue costando.
P: Y ya en el directo, ¿qué tipo de dilemas o reflexiones te han surgido al plantearte el arreglarte o no arreglarte?
R: Mi principal duda puede que suene tonta: a lo que más vueltas le doy es a los pelos. Como no me depilo las axilas, al elegir la ropa para cada concierto siempre me planteo si voy a querer que se vean o no. La decisión suele depender del contexto, del tipo de público que esperamos, del humor en que me encuentre… Creo que cada gesto tiene un significado, más si transgredes con lo que se espera de ti como mujer, por eso le doy tantas vueltas a nimiedades como esta. Quiero estar segura de que el mensaje que estoy mandando al público se corresponde con lo que considero positivo o acertado.
P: Y… ¿Qué conclusiones has sacado?
R: Que lo más importante es confiar siempre en el propio criterio y ser tu misma, sin miedo a defraudar a las miradas ajenas. Una vez que has reflexionado sobre la imagen que quieres proyectar en el escenario, cualquier decisión que tomes será acertada.
P: Y tú… ¿qué imagen quieres proyectar? ¿Cómo vives el peso que tiene?
R: Yo disfruto con la provocación, porque soy bastante exhibicionista. Pero más allá de esta condición particular, creo es un tema conflictivo para cualquier mujer que se suba al escenario; sobre todo si el resto de elementos del show quedan eclipsados por los juicios sobre tu físico. Esto es algo muy desagradable que con Dúo Divergente, por suerte, solo nos ha ocurrido en una ocasión, en la que acabamos tarifando con parte del público. Es importante dar respuesta a este tipo de conductas negativas, para evitar que se repitan y reproduzcan en el futuro.
No quiero adherirme al discurso postfeminista de “me empodero con tacones” pero arreglarme antes del concierto se parece mucho a un ritual, una forma más de darle importancia y peso al evento
P: ¿Qué valor le das dentro de tu propuesta en el directo?
R: Sentirme guapa y favorecida hace que me encuentre más segura sobre el escenario. Con esto no quiero adherirme al discurso postfeminista de “me empodero con tacones” que da todo el asco, ojo. Arreglarme antes del concierto se parece mucho a un ritual, una forma más de darle peso al evento, como cuando te preparas para ir a una fiesta. Luego está el tema de “vestir bien”, que para mí va mucho más allá de llevar ropa bonita. Eso lo puede hacer cualquiera con dinero, no tiene ningún mérito. Para vestir bien es necesario tener una ética del consumo, cambiar ropa con las amigas en vez de comprarlo todo, ir a las tiendas de barrio, a las de segunda mano, no gastar cantidades desorbitadas por una prenda de marca… además de una reflexión crítica sobre los parámetros de la moda que nos vienen impuestos cada temporada. A todo esto sí que le doy mucha importancia, arriba y abajo del escenario.
P: En general, el proyecto Dúo Divergente tiene una estética muy cuidada: ¿de qué manera?
R: Ya éramos así antes de tener el grupo, el estilo sesentero es la parte más visible de nuestra filosofía de Vida Total mod: “clean living under difficult circumstances”, que decían ya en los 60. Esto acaba contagiando también a la banda, las portadas…. Por otro lado, no creo que cuidemos la estética ni más ni menos que cualquier otra banda, solo que en la nuestra se nota más la mano. Esto se ve muy claro en el fragmento anterior de La chica del grupo: Kim se curraba mucho la construcción de su imagen punk para conseguir aparentar lo que quería. El estilo descuidado es una opción estética tan construida o espontánea como lo pueda ser el jevi, el mod o el punk, aunque muchas veces nos pase desaparcebido.
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Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Nos preguntamos: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la vivencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general? Puedes leer más kartas en sisterhoodmadrid.es.
Kartas a Kim #8.2 Autoexigencia y cuidados
Ágata Ahora. La autoexigencia está muy presente en la construcción de la feminidad hegemónica. Entre otras cosas, en relación con los cuidados: nos enseñan a estar siempre para los demás, con la mejor de las caras, y no es una elección, es un deber. La cultura de los cuidados tiene muchas implicaciones positivas y también al hacer y compartir música, sin duda, pero… ¿puede conllevar también ciertas barreras para disfrutar y confiar en una misma?
“Las primeras veces que toqué en un escenario me sentía bastante cohibida. Simplemente intentaba ser competente con el bajo, con la esperanza de que no se me rompieran las cuerdas y de que el público tuviera una buena experiencia” Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015).
Querida Kim,
Entiendo que el escenario da miedo, y supongo que las primeras veces nos pasa a tod*s, pero… ¿Tú crees que el resto de tus compañeros de Sonic Youth, especialmente aquellos que no tuvieran experiencia previa en otros grupos, sentirían algo parecido? ¿Estaría preocupados porque el público tuviera una buena experiencia, o, en todo caso por estar dando ellos una buena imagen? Y, si fuera así: ¿se sentirían también bastante cohibidos por esa situación?
En la carta anterior hablábamos de la autoexigencia brutal a la que nos sometemos las (algunas) mujeres, que, seguramente venga en gran parte determinada por el miedo al ridículo (al final, ese no es nuestro espacio, y tenemos la mirada masculina sobre nosotras, examinando cada uno de nuestros pasos), pero creo que en este fragmento añades algo interesante: los cuidados. Me refiero al cuidado como don, solidaridad, reciprocidad… no como “servicios profesionales de cuidado”. Así será en toda la carta.
Sobre el escenario, te preocupabas de ser competente y de que el público tuviera una buena experiencia. No importaba tanto pasarlo bien, trascender, ni siquiera la admiración del público, sino que ellos estuvieran bien. ¿Quieres algo de beber, un té, unas pastas? A mi también me parece importante preocuparse por el público, valorar su opinión, incluso romper la separación audiencia-artista y construir entre tod*s una experiencia compartida, plural, en la que quepan sus expectativas, no solo las que tú traías de partida. Pero eso no debe llevar a cohibirte, no debe de significar ser o sentir menos, sino al contrario. Sin embargo, parece que a veces estas consideraciones pasan por encima de nosotras.
Entre los valores de la feminidad hegemónica se encuentran aquellos relacionados “con la debilidad, la pasividad, la delicadeza, y por propender el cuidado de los otros por encima del cuidado personal” (Garzón Segura, 2015). Los cuidados pueden ser estupendos (para mí, son parte de mi filosofía de vida y herramienta clave de mi activismo) pero… ¿por encima de todo lo demás? Y, sobre todo, ¿solo provenientes de un 50% de la población? Parece que sí: “El cuidar a otros aparece como un rol netamente femenino, salvo cuando se es médico y se decide sobre la salud ajena” (Garzón Segura).
Beatriz Gimeno escribió hace unos años un artículo muy interesante al respecto, “Cuidado con el cuidado”, en el que decía: “El término [cuidado] está tan unido al componente afectivo que la palabra siempre remite a algo “bueno” y así desaparece lo que de negativo pueda tener: sacrificio, desigualdad, carga, responsabilidad, etc.”
Un concierto, o cualquier otra manifestación artística, es un proceso comunicativo (que insisto, es interesante trabajar para que sea bidireccional, horizontal y abierto), pero también es una actividad social, de encuentro. Y, en general, cuando se dirige una actividad que involucra a más gente (un concierto, un cumpleaños, una cena en un casa, un viaje…) se mantiene una cierta atención para con los demás. Eso es estupendo, pero si esta asistencia al resto se convierte en preocupación, en responsabilidad social, debería ser compartida y no considerada un valor exclusivamente femenino. Ni en un grupo musical, ni en la vida. Porque si relegamos los cuidados solo a las mujeres, estamos separando roles y añadiendo cargas, como dice Gimeno: “por la vía de la afectividad a las mujeres se nos obliga a aceptar trabajos o situaciones que nos conducen o nos mantienen en la desigualdad. En esta cultura el mundo de la afectividad es femenino”.
Yo creo en una sociedad de solidaridad, reciprocidad… pero preservar esos valores no puede ser una responsabilidad exclusiva de las mujeres, sino una parte más del pacto social. Si queremos/ necesitamos los cuidados, ¡gestionémoslo entre tod*s! Todo Sonic Youth atento del público, pendiente de que lo pasemos bien, de que la experiencia sea satisfactoria. Desde luego, tampoco debe ser una losa encima del propio bienestar, del propio deseo, para nadie. No debe ser una herramienta para tenernos sumisas y cohibidas, sino una elección de quién decida asumirla. Afirma Gimeno: “Relativo al componente afectivo que necesariamente va implícito en el concepto de “cuidado” éste conlleva, casi de manera automática, un componente ético que no es obligatorio asumir o compartir. Cuidar puede ser mejor o peor, pero no es ni debe ser obligatorio, dependerá de las condiciones y circunstancias de cada persona; las mujeres tienen derecho a no cuidar si no quieren hacerlo y por cierto que eso no invalida su derecho a ser cuidadas cuando lo necesiten”.
Estas son las referencias que aparecen en el texto, por si te aparece leer más:
Anni Marcela Garzón Segura. Masculinidad y feminidad hegemónicas y sus consecuencias en la salud de hombres y mujeres. Al Sur de Todo, 2015.
Beatriz Gimeno, Cuidado con el cuidado. Beatrizgimeno.es, 2012.
Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de reflexionar a partir de preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90’s? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?
Kartas a Kim. Las chicas revuelta
Ágata Ahora. “El riot grrl ha vuelto”, “los 90 están de moda”… Pero, ¿es que alguna vez se habían ido? Los movimientos de mujeres jóvenes que reivindican su espacio en la música alternativa utilizando como herramientas sus propios grupos, los fanzines, desde posturas feministas y autogestionadas se multiplican desde aquel estallido en Olympia, e incluso desde antes (Slits, Raincoats, Lidia Lunch, etc.). Kim Gordon no fue parte de esa revuelta, al menos no llegó a identificarse como tal, pero lo vio desde cerca y con cariño. Con cariño, dedicamos esta carta a las chicas revuelta.
“Riot grrrl, el movimiento underground punk feminista que se puso en marcha a principio de los años noventa, se negaba a conceder entrevistas, y hacía bien. Bikini KIll y otras formaciones de chicas no querían ser convertidas ni explotadas ni transformadas por parte de un un mundo masculino blanco corporativo en productos que ellas mismas no pudieran controlar”.
“En un principio, yo quería involucrar a los Knicks City Dancers para que parodiaran las típicas coreografías de la MTV, pero, en vez de ello, Katlheen Hanna hizo un cameo. Bikini KIll y otros grupos del movimiento riot grrrl seguían con su bloqueo a los medios de información, y el hecho de pedirle a Kathleen que apareciera en nuestro videoclip provenía de mi deseo perverso de que ella se infiltrara en el mainstream. De ese modo, la gente pudo verla también como la chica juguetona, traviesa y carismática que es –una mujer que controlaba la acción bailando a nuestro alrededor mientras nosotros permanecíamos tiesos en una pose rockera y nos limitábamos a tocar la canción–. Fue valiente por parte de Kathleen aparecer en un videoclip mainstream para la MTV y arriesgarse a ser criticada por la enorme comunidad que ella misma había creado.”
Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015).
Estos días estoy inmersa en el movimiento riot grrl, preparando un taller súper molón que vamos a hacer con Sisterhood dentro de la programación del Festeen, en Matadero. Va a ser un minicampamento de rock con perspectiva feminista, partiendo de la experiencia y la(s) identidad(es) del riotgrrl. Y ya sé que Sonic Youth no se incluyó en el movimiento, pero tú serviste de inspiración para muchas de las chicas que se autodenominaron riotgrrls y, de hecho, nosotras te hemos puesto en una de las imágenes que hemos usado para promocionar el evento (y nos hemos quedado tan anchas). En el libro lo nombras de pasada un par de veces (en concreto, haciendo siempre referencia a Bikini Kill y Kathleen Hanna), parece que respeto pero desmarcándote de la tendencia y de sus decisiones, como dejar de lado la prensa mainstream.
No parece que tuvieras apenas relación con el movimiento (excepto con Hanna, Cobain y Love) Pero tú estabas en la escena de música alternativa cuando todo aquello sucedió… ¿cómo lo viviste? ¿Cómo lo valoraste? ¿Recibiste alguna ola de la locura de atención y acoso a los que las sometió la prensa? ¿Pensaste en unirte a alguno de los grupos de encuentro? ¿Hiciste algún fanzine, se lo mandaste a tus amigas?
Sé que valoras a Katlheen Hanna, de hecho su intervención es vuestro viodeoclip de Bull in the Heather es bastante gloriosa, pero más allá de ella: ¿cuál fue tu experiencia?
Yo conocí el Riotgrrl de forma bastante tardía, supongo que cuando empecé a hacer el programa de radio con Marta y Clara, aunque de más pequeña ya habría escuchado a Hole (que no, no son riots, pero bueno, esta canción me flipaba) y a algún otro grupo, pero solo considerándolas una versión femenina del grunge (sí, todas tenemos un pasado oscuro). Luego, cuando me metí en la organización de Ladyfest Madrid, se convirtió en uno de los grandes referentes de mi activismo en la música y en la vida. Supongo que durante años lo he idealizado, en otros momentos me ha parecido plano, superficial simplista y naif, en otros me he reencontrado con los grupos, o con los fanzines… De forma general, para mi es un referente inspirador.
Ahora, releyendo Girls to the Front, de Sara Marcus, me emociona recordar como fue una burbuja de oxígeno, un salvavidas de tantas adolescentes feministas, raras e inadaptadas. Según testimonios recogidos en el libro, para ellas el riot grrl era:
- GirlPower Girl <3 love Sisterhood Frienship BESTFRIENDS
- Una mano en la que agarrarse y un puño en su cara.
- Cualquier cosa que yo quiero que sea. Cualquier cosa que tú quieres que sea.
En mi caso no fue así, claro, porque en España, que yo sepa, no ha existido una red de riot grrls activas como hubo en DC u Olympia. Es más, los ecos del movimiento –que desde luego, hubo– tardaron en reproducirse. Sin embargo sí creo que tuve una vivencia similar (de encuentro de una red, de identificación con otras personas tan raras como tú, con intereses parecidos), primero con Ladyfest y después con Sisterhood. Lucky me. Al final, ambos colectivos beben mucho de valores, referentes y principios parecidos a los del riot, principalmente: feminismo y autogestión.
Y ¿por qué seguimos reivindicando un movimiento que sucedió hace ya casi 25 años a km de distancia? Para empezar, porque sigue siendo uno de los pocos momentos en los que la música alternativa incorpora de forma decidida los feminismos, y señala sus propias contradicciones:
“Dentro de una subcultura que se consideraba a sí misma como una alternativa, que debería suponer un refugio, encontraban más mierda. Los esfuerzos de los chicos eran alabados, mientras que los de las chicas no se reconocían. La objetificación y la agresión sexual pasaban desapercibidos. El pogo era la imagen perfecta para entender qué iba mal en la escena: un remolino de hombres a punto de zambullirse en un mar de testosterona, que se quitaban sus bombers negras y se las pasaban a sus amigas: eh, coge esto, dejando una línea de chicas-perchero pegadas a la pared, literalmente marginadas”. “Girls to the front”, Sara Marcus (2010). Yes, seguimos con la misma historia, 25 años después.
Además, consiguieron hacer funcionar una red internacional (bueno, de EE UU a UK y vuelta, pero algo es algo) de cultura punk rock /DIY/underground, conectada a través de grupos de música y fanzines. También construyeron espacios seguros para que mujeres jóvenes compartieran sus preocupaciones sobre sexualidad, política, cultura… Además fue un movimiento anticapitalista y radical, que prefirió inmolarse a sí mismo antes de ser fagocitado por el mainstream (como sí hicieron los grunges y también tú con tu grupo, con más equilibrio y elegancia, Kim). Y los grupos molaban la vida. Bratmobile, Huggy Bear, Bikini Kill…
Y siguen molando, porque nada de esto está muerto. Lo dice Tobi Vail:
“Parecía un milagro lo fácil que había sido que el riot grrl sucediera, así que, ¿por qué no podíamos re-inventar el feminismo punk una y otra vez? De hecho, ¿no es eso lo que hemos estado haciendo una y otra vez, incluso ahora, en los 2010? Seguimos haciendo que las cosas sucedan, creando cultura independiente, auto-representativa, participando en la vida de la comunidad, compartiendo nuestras ideas, escuchándonos las unas a las otras, discutiendo, equivocándonos, aprendiendo y viviendo nuestras vidas con los ojos, las orejas y los corazones abiertos.”
Eso para mi es el riotgrrl. Por eso estoy tan TAN emocionada con el taller de este fin de semana. Ya te contaré cómo nos va.
Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?
Kartas a Kim #8.1. Autoexigencia
Ágata Ahora. La autoexigencia como obstáculo para hacer música de forma libre y fluida, para confiar en los propios proyectos y compartirlos abiertamente. También, está claro, como fuerza para mejorar, para no conformarse, para seguir creciendo pero… ¿dónde está el equilbrio? En la autobiografía de Kim Gordon se vislumbra esta mirada estricta con ella misma, como música y como artista, que no le impidó tener un grupo, dar conciertos, tener una exitosa carrera, pero sí, pese a todo el reconocimiento, le hizo mantener una duda constante sobre su valía. Dedicamos esta y las siguientes cartas a la autoexigencia de las mujeres como músicas.
“Con el tiempo, llegó a gustarme mucho tocar el bajo, era algo físico que conectaba con mi amor por la danza, aunque cuando estoy tocando un instrumento sobre el escenario, me cuesta sentir que pueda llegar a emocionar a la gente de verdad”. Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015).
Querida Kim,
Menuda locura, ¿no? Si tú no te ves como una música capaz de emocionar a tu público… ¿quién lo va a ser?
Desde luego, reconozco en estas palabras muchos sentimientos propios y compartidos por otras amigas, que vienen a decir que NO valemos lo suficiente. No para la industria, ni para el público, ni para nuestr*s compis de grupo, sino para nosotras mismas.
Fuera de la experiencia estrictamente musical, hace unos meses participé en una mesa redonda organizada por Radio Utopía sobre medios de comunicación con perspectiva de género junto con Toña Medina, representando a Sisterhood, Píkara Magazine y Sangre Fucsia. Fue un foro interesante, el podcast está aquí. Cuando se dio la palabra al público los primeros y casi únicos en tomarla fueron los tíos, como sucede habitualmente (haz la prueba, los datos no mienten). Después, valorando la situación con unas compañeras de Radio Utopía rápidamente lo asociamos con el tema de la separación y asignación del espacio publico/privado –que tú y yo también hemos tratado en cartas previas-, pero fuimos más allá y tratamos de buscar razones concretas. Una de ellas, para mi clara, es la autoexigencia. Por lo general, las tías no hablamos en las asambleas o en las tertulias a no ser que tengamos algo interesante que decir. De esta manera, nuestro auto-escrutinio es una de las cosas que nos hace quedar calladas. ¿También pasa en la música?
Basándome en mi propia experiencia, sí. He tardado más de ¿10? años en enseñar mis composiciones a la gente, básicamente porque creía que no iban a gustar a nadie, excepto a mi. Como tú, Kim, pensaba que no podrían emocionar a la gente. Como guitarrista me suelo disculpar: “Yo soy la guitarra rítmica, la buena es la otra”; y como cantante quitarme importancia: “Bueno, no canto mal, en mi registro. No tengo técnica, canto como puedo”. Escuchando a mis amigas, me he dado cuenta de que esta es la regla. Todas los hacemos valer de menos. No nos gusta destacar, pero no solo porque no es el comportamiento que se espera de nosotras, sino porque no confiamos en que merezca la pena. Para los demás, ni para nosotras mismas.
Así que, WTF?! Tenemos que demostrar que valemos el doble (hace poco lo dijo Jack White en una entrevista que la hacía Mike McCready, de Pearl Jam, y fue un escandalazo, igual hace falta que lo diga un señor para que se escuche el mensaje), y además creyéndonoslo la mitad. Esta barrera para internalizar los logros propios también es llamado el Fenómeno de la Impostora. Se aplica principalmente a mujeres que desarrollan puestos de responsabilidad o prestigio social. Dice Wikipedia: “A pesar de las evidencias externas de su competencia, aquellos con el síndrome permanecen convencidos de que son un fraude y no merecen el éxito que han conseguido. Las pruebas de éxito son rechazadas como pura suerte, coincidencia o como el resultado de hacer pensar a otros que son más inteligentes y competentes de lo que ellos creen ser”. Hola Kim, ¿te suena de algo?
Desde luego la autoexigencia se mezcla con el miedo al ridículo, con la inseguridad… pero al final, yo creo que se corresponde con el control y escrutinio al que se nos somete a las mujeres de forma sistemática, que acabamos por interiorizar. Y así, el enemigo ya no es solo la sociedad, amigas, también lo tenemos dentro, aplastando nuestra capacidad de acción con dudas y estándares locos. Esta carta parece un libro de autoayuda, y no lo es. No creo que tenga que venir ni yo, ni nadie, para decirnos que sí lo valemos (mucho menos una marca de cosmética, juas). Pero tenemos que empezar a creérnoslo, de alguna manera.
El otoño pasado, en uno de sus talleres de autogestión musical, Ainara LeGardon (ay, Kim, te gustaría un montón, igual hasta ya la conoces) contó una anécdota tonta que trata sobre este tema. Relataba cómo a veces ella sentía la necesidad de pedir perdón al público después o durante su actuación, porque quizás no era lo que esperaban, porque no fuese su rollo, porque no era lo suficientemente buena. Alguien (un señor de su entorno, no recuerdo quien) le dijo que, como artista, tenía que estar por encima de eso (sin dejar de empatizar, claro), y que su actitud, su impresión, su planteamiento, debería ser: “esta es mi mierda, y vais a comérosla”.
En fin, a mi sí me parece interesante mantener un grado de humildad con la gente que está dedicando parte de su tiempo a ver a qué dedicas tú el tuyo, pero entiendo el valor de esa seguridad, de esa confianza en tu mensaje, en tu propósito, en tus canciones. Y creo que es una buena actitud, en el camino hacia conocer y dejar conocer quién eres como música. Y al menos no ponerte zancadillas a ti misma, cuestionando tu propia valía en cada paso.
Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?