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Kartas a Kim #5.2: La grosería de la chalada

Ágata Ahora. Buscar el límite, en la creación, en el discurso, en la vida, puede llevar a caminos torcidos. El artista atormentado ¿también puede ser mujer? Y el público, ¿cómo recibe su voz perturbada? Somos capaces de pasar por encima de los síntomas de una esquizofrenia medicada de Daniel Johnston y quedarnos con lo que realmente importa –su música, sus canciones-, pero mientras tanto, a muchos les aterra hasta la parálisis el nerviosismo y la inseguridad de Cat Power. La loca es una de las groseras más aterradoras.

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Cat Power en la gira de Sun, su último disco

 “Culturalmente, no permitimos que las mujeres sean tan libres como estas quisieran, porque es algo que da miedo. A esas mujeres o bien las evitamos o las tenemos por locas. Las cantantes que se obstinan en llevar las cosas al límite no suelen durar demasiado tiempo. Son ráfagas, relámpagos, cometas: Janis Joplin, Billie Holiday. Pero ser esa mujer que traspasa los límites significa que, además, introduce aspectos menos deseables de sí misma. Al fin y al cabo , lo que se espera de las mujeres es que sustenten el mundo, no que lo aniquilen. Por eso Katlheen Hanna de Bikini Kill es tan grande”

Hola Kim,

Te vuelvo a escribir a raíz del párrafo anterior, porque el tema que tratas (las mujeres que traspasan las fronteras de lo deseable, las groseras) tiene muchas implicaciones. Hoy me gustaría centrarme en las que desafían la normalidad de la forma más radical: en sus cabezas. En tu libro tratas el tema de la enfermad metal hablando de tu hermano, de su esquizofrenia. Planteas cómo eso te marcó también a ti, pero no lo tratas en relación con la mujer creadora. Yo creo que es una cuestión sustancial, y te propongo que la consideremos juntas en este carta: ¿qué pasa si la chica del grupo además está chalada?

Para el sistema normativo las locas son aterradoras: cuestionan no solo el comportamiento acordado, sino incluso la percepción de la realidad. Y… ¿qué pasa en el arte, que se supone que transcurre en los límites? No pretendo banalizar, ni idealizar, ni universalizar las enfermedades mentales y la realidad de las personas que las padecen y de su entorno, pero me parece interesante considerar esta cuestión en relación con la música (donde la excentricidad puede llegar a ser un valor), y con perspectiva de género porque, así en general, me chirría mucho la diferencia de tratamiento de los trastornos mentales de los artistas en función de su género. Creo que reponde a lo mismo que hablábamos en la carta anterior, al fenómeno que describes en el párrafo señalado de tu libro: evitar (por decirlo suavemente) a las mujeres que llevan las cosas al límite, a las que hemos llamado las groseras. Al final, la locura supone una forma de grosería, del que no sabe estar, no sabe ser. Es, por tanto, es un rol no deseable en las mujeres y condenado:

“(…) el heteropatriarcado [les] tiene reservado un lugar especial en su infierno social, el de la broma de casino, barra de bar y sobremesa familiar. Broma y violencia verbal, la salita de estar de la violencia física”, decía Palomitas en los Ojos.

El discurso mediático sirve poner en marcha estos mecanismos y recordarnos cuál es el lugar de cada una (y cada uno). Para mostrarte el doble rasero al que me refiero, voy a usar dos casos paradigmáticos de majaretas de la música independiente: Daniel Johnston y Cat Power. Ambos artistas han afirmado paceder trastornos mentales: Daniel Johnston esquizofrenia (ahora medicada y mediática tras el fabuloso documental “El Diablo y Daniel Johnston“), y Cat Power ha reportado varios brotes psicóticos y su ingreso en clínicas psiquiátricas, a raíz de su alcoholismo y del agotamiento mental. Amb*s siguen sus carreras, sacando discos y dando conciertos. Power, apenas lanzó su último disco, mandó el siguiente comunicado: “Me puse enferma al día siguiente de que mi disco saliera, y he estado luchando por mantener en equilibro mente, espíritu y salud. Estoy haciendo todo lo que puedo. Amo este jodido planeta y me niego a darme por vencida”. Luchando, llegó de gira de presentación a España a finales del año pasado. Esta fue la impresión de la crítica:

Dejando constancia de cierta inseguridad y un nerviosismo que se manifestaba en un constante movimiento del soporte de micro, como si no acabara de encontrarse cómoda ni con la situación, ni con su propia forma de manifestarse. Parecía que todo pendía de un finísimo hilo que podía romperse en cualquier momento y finalizar, como en otras ocasiones, en una poco alentadora tragedia.” (“Pendiente de un hilo”, crónica del último concierto de Cat Power en Barcelona en Mondosonoro).

A mi, en la fecha de Madrid de esa misma gira, la actuación de Cat Power me llegó de forma profunda y transcendente. Pero también tengo que decir que percibí en varios comentarios (de mi grupo de amigas, del público) la tensión que relata el redactor de la revista. Y, por momentos, la sentí (sin añadir ni una gota del paternalismo ni del desprecio que incorpora la crítica, claro). En los días posteriores estuve pensando sobre ello y creo que se debe a que, efectivamente, presenciamos una situación anormal. Cat Power rompe las reglas sobre el escenario y le daba igual agradar con su presencia femenina (escupía, se movía nerviosa, carraspeaba, hablaba entrecortada). Se centró en transmitir su música, que llegaba nítida, brillante, emocionante, a través de su cuerpo embarazado, torpe e inseguro. ¿Pudieron estas circunstancias hacer de barrera –por lo visto, casi infranqueable- con su público?

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Daniel Johnston

Sin embargo, al hablar del último concierto de Daniel Johnston en Madrid, el tratamiento de su enfermedad es otro, más positivo, como una historia de superación, casi heroica:

Durante los tres primeros temas, la estampa del californiano aporreando su instrumento y balbuceando era -por decirlo suavemente- rara. (…) Pero entonces entró la banda de acompañamiento y la cosa mejoró. Bastante. “Love Not Dead” sonó limpia y potente, y con ella el mito entró en ritmo. Empezaron a sucederse entonces los versos románticos de sus preciosas composiciones. Los Don’t forget me, los I love you, o el genial Happy ending to my soul de “Silly Love”. Momento de vítores y emoción. Momento de comenzar a despejar la incógnita. Incluso el temblor de las manos de Johnston parecía remitir conforme nos regalaba algunas de sus canciones más populares” (“Daniel Johnston, a despejar la incógnita”, crítica de la visita de Daniel Johnston a Madrid en 2012).

Yo vi un par de días después a Daniel Johnston en Valencia. Me gustó el concierto, lo viví como un momento histórico y de nostalgia, pero me costó mucho despegarme de la enfermedad del cantautor, y no prestar atención a sus manos temblorosas –que apenas le permitían tocar la guitarra–, a su voz infantil y pastosa, a sus comentarios desorientados… Sin embargo, en prensa –y de nuevo, como eco en la sala, entre mis amigas– el relato del concierto Daniel Johnston es épico: el héroe sale victorioso, no solo él, sino todo el público, que se eleva triunfante por encima de su enfermedad para llegar al núcleo verdadero del artista/creador. Sí, al principio apenas se distinguían los acordes, pero… ¡qué buenas son sus canciones!

El loco fascina/enternece, la loca fastidia/estremece. La loca es grosera, ya que al pervertir la pátina exterior y, por tanto, no ser directamente un objeto de deseo, les ha defraudado. No son capaces de ir más allá porque, quizás, no consideren que haya nada más que valorar. Si solo es una chica guapa que está sobre el escenario, y deja de serlo, entonces no es más que un fantasma pavoroso. No merece ninguna tregua.

Bullshit. Merece corazones temblorosos, ojos abiertos y aplausos mayúsculos. Por su música. Y por su valentía de querer seguir compartiéndola, por encima de las dificultades. Como escribía Carlos Bouza en Píkara (siempre contrarrestando para BIEN):

Pudo haber entrado en la leyenda negra del pop, esa que se alimenta de existencias envueltas en sombras, finalmente truncadas. Pero ella eligió pelear, documentando su lucha en un puñado de discos que son un canto a la redención. En la portada de uno de ellos, dos guantes de boxeo penden de un colgante, listos para reposar sobre su pecho. Nadie como Cat Power para exhibir el trofeo”.

Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?

Kartas a Kim #5. Las groseras, las ruidosas.

Ágata Ahora. Oh, la provocación. Es un elemento muy recurrente en el arte y más en el que, con la etiqueta de “alternativo”, se sitúa en los márgenes. Lo provocador, lo irreverente es en muchos casos grosero. ¿Qué pasa cuando las mujeres se ponen en ese papel? ¿Hasta dónde pueden llevarlo? Kim Gordon asegura que se les cortan las alas, porque esa libertad atemoriza. ¿Y que pasa con las que no se dejan amordazar? Que arden. Groseras, a la hoguera. Para hablar de ellas, tenemos una artista invitada en este post: Palomitas en los Ojos.

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Kim y Kathleen Hanna

“Culturalmente, no permitimos que las mujeres sean tan libres como estas quisieran, porque es algo que da miedo. A esas mujeres o bien las evitamos o las tenemos por locas. Las cantantes que se obstinan en llevar las cosas al límite no suelen durar demasiado tiempo. Son ráfagas, relámpagos, cometas: Janis Joplin, Billie Holiday. Pero ser esa mujer que traspasa los límites significa que, además, introduce aspectos menos deseables de sí misma. Al fin y al cabo , lo que se espera de las mujeres es que sustenten el mundo, no que lo aniquilen. Por eso Katlheen Hanna de Bikini Kill es tan grande”. Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015).

Hola Kim,

Espero que esta carta te encuentre contenta y con salud. El asunto que planteas en el fragmento anterior es interesante: las mujeres ruidosas, que se salen del orden establecido y que, en consecuencia, resultan molestas. Son las groseras que Palomitas en los Ojos, colaboradora del Fanzine Sisterhood #1 Salvajes, define como “aquellas mujeres de bestiales comportamientos públicos, con cuerpos expansivos, orificios pantagruélicos y voces irritantes”.

A mi se me ocurren unas cuantas, pero sin duda, el paradigma absoluto me parece Courtney Love. Sí, sé que vosotras no os acabáis de llevar del todo bien –aunque produjeras el mejor disco de Hole-, pero me sorprende que no lo veas, es más, que hayas asumido esa postura fácil de crítica, y más después de leer lo siguiente: “a esas mujeres, o bien las evitamos o las tenemos por locas”. C-O-U-R-T-N-E-Y.

Dices: “las cantantes que se obstinan en llevar las cosas al límite no suelen durar demasiado tiempo”, y pones ejemplos de artistas muertas que admiras, pero te olvidas de las que incluso tú aborreces, las que son demasiado groseras para ti. Love, encima de llevar las cosas al límite, ha tenido la desfachatez de seguir viviendo. A ver, estoy segura que no es de trato fácil, ¿eh? Pero me parece un ejemplo clarísimo de la figura que reivindicas en la cita anterior. En fin, seguiremos hablando de Courtney en futuras cartas, si te parece.

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Kim, Courtney Love y alguien que desconozco entre medias

Groseras, las salvajes cotidianas

Ahora me gustaría compartir contigo algunas ideas del reportaje Groseras las salvajes cotidianas (Fanzine Sisterhood #1, enero de 2015) de Palomitas en los Ojos, en el que retrata, de forma general, a la mujer ruidosa e incómoda de la que hablas en la cita. Todo lo que plantea en su reportaje puede aplicarse a la perfección en el caso de las músicas, y nos sirve para delinear el concepto y comprender el fenómeno social en torno a estas figuras (la ridiculización, la negación y el castigo a los que se les condena). Le cedo la palabra a Palomitas hasta el siguiente ladillo, robando párrafos sueltos de su texto:

(…) las mujeres groseras niegan su invisibilidad en espacios público y subvierten activamente el sistema de miradas. Las mujeres preñadas, las gordas y las gritonas ocupan espacio y se apoderan de las miradas, rompen la jaula con la que tradicionalmente se ha exhibido a las salvajes.

(…)

La mujer grosera es una salvaje que se ha apropiado de la mirada y que la dirige a un cuerpo grotesco, que no tiene límites, que menstrua sangre, no ese ñoño líquido azul de los anuncios, que esta desvergonzadamente preñada y que subraya sus protuberancias y procesos. Y dentro de esos procesos, especialmente aquellos que producen terrores masculinos por estar relacionados con follar, con la puerta de acceso a la vida y con la puerta de acceso a la muerte o a la mierda. El cuerpo grotesco es sobre todo el cuerpo femenino, el cuerpo maternal, que a través de la menstruación, el embarazo y la lactancia participa en el drama carnavalesco de estar dentro y fuera, de subvertir los límites.

(…)

Groseras son las gordas consideradas en nuestra cultura mediática como poco femeninas, rebeldes y sexualmente desviadas ya sea por asexuales o por hipersexuales en una lectura psicológica y moralmente interesada de la obesidad. Porque las mujeres, especialmente su cuerpo, tiene que estar dominado por el autocontrol y en nuestra cultura el comportamiento de la boca de arriba nos dice mucho del de la boca de abajo.

(…)

Groseras son las gritonas, las mujeres que hablan mucho, porque la suya es una boca que se expande y que intimida. Una mujer habladora se reduce a una boca incontrolable que, igual que la que come mucho, produce muchos discursos, que en nuestra cultura patriarcal son tachados de banales.

Photograph © ROB WATKINS

PJ Harvey en una de sus encarnaciones más teatrales y locuelas.

Gritonas sobre el escenario

Todas las descripciones anteriores son fácilmente contextualizables al escenario, a la música. Las músicas groseras van un paso más allá de las rebeldes, que aun podrían salir en la portada de Vogue aunque no se depilen el entrecejo. Son las negadas. De hecho, son las que no llegan, a las que apagan los micrófonos y sus amig*s no dudan en amedrentar en la adolescencia. Incluso, aunque se empeñen en montar la banda, son las que no reciben ninguna palmadita en el culo del manager, ni el fotógrafo enfoca sus tetas, son las que no cuentan con el apoyo de nadie; no en un sistema en el que la mujeres están tan limitadas por el molde objeto de deseo. Desde luego, ellas no lo son desables. Al menos no de nadie en sus santos cabales. Sin embargo, Kim yo creo que estas mujeres tienen mucho que decir. Y si el arte va de conmocionar (y no solo emocionar en plan ñoño), ¿cuál es el problema?


Características de la mujer grosera (según Kathleen Rowe filtrada por Palomitas en los Ojos) – ¿Reconoces en ellas a alguien familiar, Kim? Por fa, a medida que enuncies los puntos, piensa en Courtney Love.

  1. Crea desorden al dominar o intentar dominar a los hombres.
  2. Es incapaz o rechaza confinarse en el lugar que le toca.
  3. Su cuerpo es excesivo o gordo, sugiriendo su incapacidad/ su rechazo a contener sus apetitos físicos.
  4. Su discurso es excesivo, en cantidad, contenido o tono.
  5. Hace bromas o se ríe de sí misma.
  6. Puede ser andrógina o hermafrodita, llamando la atención sobre la construcción social del género.
  7. Puede ser vieja o una bruja / arpía masculinizada: las mujeres mayores que se niegan a convertirse en invisibles en nuestra cultura son consideradas a menudo grotescas.
  8. Su conducta se asocia con ligereza de cascos o promiscuidad, pero su sexualidad no está tan definida como la de la mujer fatal (el otro reverso). Puede estar preñada.
  9. Está asociada con la suciedad, la liminalidad, lo intermedio, los agujeros, los márgenes, las fronteras corporales. También con el tabú.

 Ostracismo y ridiculización

La presencia de las groseras ahí, en el centro de atención, en la tele, en el escenario, les irrita. Cuestionan roles e identidades y rompen con la hegemonía, ante lo que el establishment pone en marcha sus mecanismos para mantener la normatividad. De esta manera, las viejas como Madonna, o las gordas como Beth Ditto, o las locas como Cat Power, o las sucias drogadictas (encima, con ambición desmedida) como Courtney Love y el resto de la panda de mujeres salvajes, no merecen el más mínimo respeto como artistas ni como personas, ni por la prensa ni por la propia comunidad. Son escoria. El sistema les recordará sin descanso cuál es su lugar, como decía Palomitas en los Ojos:

“(…) el heteropatriarcado [les] tiene reservado un lugar especial en su infierno social, el de la broma de casino, barra de bar y sobremesa familiar. Broma y violencia verbal, la salita de estar de la violencia física”

Es la manera de decir que no, que ese no es tu sitio. A hostias. Lo han intentando con un paternalismo suave pero si nos empeñamos en no hacer caso, pues tendrán que ponerse serios. Pero oye, que a lo mejor Keith Richards no es el único payaso. Que igual las mujeres también pueden ser desagradables sobre un escenario. La provocación y la irreverencia forman parte de muchas manifestaciones de la música alternativa que tenemos más que asimiladas. Que las mujeres pueden decidir, y también pueden decidir ser groseras, y por eso Courtney Love es DIOS. Piénsalo, Kim.

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Debbie Harry de porcelana y Beth Ditto de plastilina

Encuesta sisterhood

La siguiente no, la otra #kartaakim va a estar dedicada a las mujeres groseras y ruidosas en la música. A las que son todo lo libres que ellas quieren, por encima de los remilgos del resto. Queremos mandar a Kim una buena lista de nuestras groseras favoritas (locales o no), ¿nos ayudáis? Mi favorita es Courtney Love, ¿cuáles son las vuestras? ¿Porqué son las reinas de la grosería? Escríbenos a sisterhood.mad@gmail.com

Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?

Kartas a Kim #1: La mujer creadora como objeto de contemplación/ El aspecto como mensaje artístico

Ágata Ahora. En la página 15 de La chica del grupo (Editorial Contra, 2015), la autobiografía de Kim Gordon, aparece una de las declaraciones más valiosas de todo el libro. En ella, la bajista de Sonic Youth describe, desde su propia experiencia, la mirada hegemónica que se establece sobre la mujer en la música: como la musa, el objeto de deseo o la que genera una admiración platónica. Esta concepción implica una apreciación muy limitada del mensaje artístico de la creadora, prácticamente reducida a su aspecto físico.

 “Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que, para las discográficas de altos vuelos, la música importa, pero el aspecto de la chica es determinante. La chica afianza el escenario, atrae la mirada masculina y, dependiendo de quien sea, devuelve su propia mirada al público” – Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015)

86-my-favoriteQuerida Kim:

¡ZAS! Más claro no lo puedes decir. Que lo determinante sea el aspecto de la chica establece la intención que tendrán el producto y su lanzamiento (que luego repetirán los medios de comunicación hasta el agotamiento): la mujer música es un objeto de contemplación y recreación, disfrutad, señores. Además, fija cierta predisposición en el receptor, que ya sabe bien qué es lo importante (o, ¿qué es antes, la discográfica que se debe a su público o el público que se educa en base a lo que recibe sistemáticamente?).

Esta sencilla idea se traduce en numerosos aspectos, como por ejemplo:

  • La apariencia de la chica está por encima del resto de sus cualidades como música, de su música, de su propuesta artística, de su mensaje político, emocional, estético…
  • Es posible que la discográfica dictamine e imponga este aspecto por encima del propio de la persona, pues es un factor clave en su apuesta de negocio y ellos saben de lo que hablan.
  • Es muy probable, por tanto, que solo se acepten y se reflejen algunos tipos de cuerpos e identidades que hagan que la discográfica (velando por su el público) se sienta tranquila: belleza hegemónica —delgadez, juventud, depilación…—, vestimenta adecuada —hipster, cuidada, marcas y consumo— actitud comedida, roles tradicionales…
  • El aspecto de la chica es la aportación principal que la chica puede hacer al producto artístico del grupo.
  • El look de la mujer se convierte en su mensaje artístico.
  • Por eso, también, los hombres del público consideran oportuno hacer comentarios al respecto: es el mensaje que ellos, como receptores, reciben de ese acto comunicativo. Y la comunicación efectiva es la bidireccional, ya se sabe. ¡Tía buena! ¡Guapa!
  • Los medios de comunicación prestarán especial (a veces exclusiva) atención al aspecto de las chicas. ¿Son guapas? ¿Son sexis? ¿Qué llevan puesto? Las claves para una buena reseña.

El aspecto de la chica atrae la mirada masculina

Para empezar, la única mirada que parecen tener en consideración las discográficas y en general el sistema musical es la de los hombres. Quienes saben, escuchan y disfrutan la música son un ejército de varones blancos heterosexuales. Entonces, se sobreentiende que, al subir al escenario, las mujeres entramos en un juego de atracción, simple y llanamente. Estamos ahí para ser contempladas. Para ser sujetos pasivos de la siempre presente mirada masculina. Para ser musas. Pordios, basta ya de llamar a las artistas y creadoras “musas”, como se hace de forma repetida con Cat Power. ¿A ti también te lo llamaban, Kim? Y ¿cómo te sentaba? Musa del indie. ¿Musa de quién?

MUSA MUSA MUSA MUSA MUSA MUSA MUSA MUSA

[OBS: cada hipervínculo lleva a un artículo diferente]

SonicYouth

El aspecto de la chica afianza el escenario

Querida Kim, ¿Sonic Youth, o al menos vuestra discográfica, os sentíais más segur*s al contar con una mujer en el grupo? ¿Porque da exotismo? ¿Porque distrae al público de las cagadas del resto de tus compañeros? ¿Porque añade algún mensaje artístico extra? ¿Es el aspecto físico una postura artística?

Yo creo que puede serlo, cada una decide cómo monta su espectáculo. Lo jodido es cuando es LO DETERMINANTE siempre.

A mí (sí, lo admito) me gusta la ropa, como a ti, Kim. Me gustarían incluso el maquillaje y los peinados si dominara sus técnicas y estuviera dispuesta a perder el tiempo que requieren. En concreto, en los conciertos me gusta escoger ropa especial, en parte porque el escenario lo permite —puedes ir disfrazada incluso de caballito pony y sería razonable— y en parte porque me gusta estar guapa. Mi concepto de guapa, claro, que no siempre tiene por qué coincidir con el de ninguna de las personas de la sala.

PERO. No, no es lo más determinante de mi propuesta como música. Dedico horas a construir las canciones: primero a probar y probar combinaciones de acordes y disonancias en casa; a construir melodías de voz sobre ellas; después a escribir letras que digan algo interesante o evocador y que encaje en las sílabas y los espacios; por último, a cribar para uno u otro proyecto. Si acaban de funcionar en el grupo, las completamos y las ensayamos hasta que tienen sentido en el local. Además, también invierto tiempo y esfuerzo en la interpretación: en ser mejor guitarrista, en ser mejor cantante, en seguir aprendiendo. Supongo que tú harás igual, Kim.

Para que el concierto sea posible, normalmente a esto hay que añadir una serie de dedicaciones añadidas: gestiones con la sala, comunicación del evento, transporte del equipo, prueba de sonido…  y para que sea exitoso, otras cuantas: concentración, ser capaz de ejecutar bien el repertorio, transmitir, pasarlo bien, disfrutar del momento, ser capaz de comunicarte bien con el público, con tus compañeras… Hay miles de factores más o menos controlables, directos e indirectos, que operan ANTES que la elección de la ropa, del maquillaje. Y son infinitamente más importantes.

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PJ Harvey, de la liga de mujeres empoderadas

… dependiendo de quien sea, devuelve su propia mirada al público

Solo si eres joven, estadounidense y blanquita, además de lo suficientemente atractiva para que en primer lugar te hayan dejado subir al escenario, igual, si ya estás empoderada, te han educado padres de clase media-alta, académicos o artistas, pues oye, podrás devolver tu propia mirada al público.

Creo que entiendo regular lo que dices aquí, Kim, no sé si usas la ironía, ¿hablas en boca de la discográfica o es tu opinión? En la segunda frase no sé si describes la situación desde tu punto de vista, explicando por qué a las discográficas les parece el aspecto de las chicas lo más importante, o si sigues desarrollando la opinión de las discográficas y usas la forma afirmativa con cierta ironía.

En cualquier caso, a mí no me vale “dependiendo de quien sea”. Como cuando preguntan a mujeres empoderadas y más o menos consagradas en el mundo de la música: “¿Crees que hay machismo en la escena?” y dicen “no, yo nunca he encontrado ninguna traba”. Ya. Por eso han podido llegar hasta ahí. Pero… ¿no ven algo raro a su alrededor? ¿Dónde están el resto de mujeres? Yo quiero que todas las mujeres (¡muchas!) puedan emitir su propio mensaje, construir su propuesta artística, y hacerlo llegar sin cortapisas a un público formado por miradas de todos los géneros y por encima de los mismos.

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Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90’s? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?