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Kartas a Kim #5.2: La grosería de la chalada
Ágata Ahora. Buscar el límite, en la creación, en el discurso, en la vida, puede llevar a caminos torcidos. El artista atormentado ¿también puede ser mujer? Y el público, ¿cómo recibe su voz perturbada? Somos capaces de pasar por encima de los síntomas de una esquizofrenia medicada de Daniel Johnston y quedarnos con lo que realmente importa –su música, sus canciones-, pero mientras tanto, a muchos les aterra hasta la parálisis el nerviosismo y la inseguridad de Cat Power. La loca es una de las groseras más aterradoras.
“Culturalmente, no permitimos que las mujeres sean tan libres como estas quisieran, porque es algo que da miedo. A esas mujeres o bien las evitamos o las tenemos por locas. Las cantantes que se obstinan en llevar las cosas al límite no suelen durar demasiado tiempo. Son ráfagas, relámpagos, cometas: Janis Joplin, Billie Holiday. Pero ser esa mujer que traspasa los límites significa que, además, introduce aspectos menos deseables de sí misma. Al fin y al cabo , lo que se espera de las mujeres es que sustenten el mundo, no que lo aniquilen. Por eso Katlheen Hanna de Bikini Kill es tan grande”
Hola Kim,
Te vuelvo a escribir a raíz del párrafo anterior, porque el tema que tratas (las mujeres que traspasan las fronteras de lo deseable, las groseras) tiene muchas implicaciones. Hoy me gustaría centrarme en las que desafían la normalidad de la forma más radical: en sus cabezas. En tu libro tratas el tema de la enfermad metal hablando de tu hermano, de su esquizofrenia. Planteas cómo eso te marcó también a ti, pero no lo tratas en relación con la mujer creadora. Yo creo que es una cuestión sustancial, y te propongo que la consideremos juntas en este carta: ¿qué pasa si la chica del grupo además está chalada?
Para el sistema normativo las locas son aterradoras: cuestionan no solo el comportamiento acordado, sino incluso la percepción de la realidad. Y… ¿qué pasa en el arte, que se supone que transcurre en los límites? No pretendo banalizar, ni idealizar, ni universalizar las enfermedades mentales y la realidad de las personas que las padecen y de su entorno, pero me parece interesante considerar esta cuestión en relación con la música (donde la excentricidad puede llegar a ser un valor), y con perspectiva de género porque, así en general, me chirría mucho la diferencia de tratamiento de los trastornos mentales de los artistas en función de su género. Creo que reponde a lo mismo que hablábamos en la carta anterior, al fenómeno que describes en el párrafo señalado de tu libro: evitar (por decirlo suavemente) a las mujeres que llevan las cosas al límite, a las que hemos llamado las groseras. Al final, la locura supone una forma de grosería, del que no sabe estar, no sabe ser. Es, por tanto, es un rol no deseable en las mujeres y condenado:
“(…) el heteropatriarcado [les] tiene reservado un lugar especial en su infierno social, el de la broma de casino, barra de bar y sobremesa familiar. Broma y violencia verbal, la salita de estar de la violencia física”, decía Palomitas en los Ojos.
El discurso mediático sirve poner en marcha estos mecanismos y recordarnos cuál es el lugar de cada una (y cada uno). Para mostrarte el doble rasero al que me refiero, voy a usar dos casos paradigmáticos de majaretas de la música independiente: Daniel Johnston y Cat Power. Ambos artistas han afirmado paceder trastornos mentales: Daniel Johnston esquizofrenia (ahora medicada y mediática tras el fabuloso documental “El Diablo y Daniel Johnston“), y Cat Power ha reportado varios brotes psicóticos y su ingreso en clínicas psiquiátricas, a raíz de su alcoholismo y del agotamiento mental. Amb*s siguen sus carreras, sacando discos y dando conciertos. Power, apenas lanzó su último disco, mandó el siguiente comunicado: “Me puse enferma al día siguiente de que mi disco saliera, y he estado luchando por mantener en equilibro mente, espíritu y salud. Estoy haciendo todo lo que puedo. Amo este jodido planeta y me niego a darme por vencida”. Luchando, llegó de gira de presentación a España a finales del año pasado. Esta fue la impresión de la crítica:
“Dejando constancia de cierta inseguridad y un nerviosismo que se manifestaba en un constante movimiento del soporte de micro, como si no acabara de encontrarse cómoda ni con la situación, ni con su propia forma de manifestarse. Parecía que todo pendía de un finísimo hilo que podía romperse en cualquier momento y finalizar, como en otras ocasiones, en una poco alentadora tragedia.” (“Pendiente de un hilo”, crónica del último concierto de Cat Power en Barcelona en Mondosonoro).
A mi, en la fecha de Madrid de esa misma gira, la actuación de Cat Power me llegó de forma profunda y transcendente. Pero también tengo que decir que percibí en varios comentarios (de mi grupo de amigas, del público) la tensión que relata el redactor de la revista. Y, por momentos, la sentí (sin añadir ni una gota del paternalismo ni del desprecio que incorpora la crítica, claro). En los días posteriores estuve pensando sobre ello y creo que se debe a que, efectivamente, presenciamos una situación anormal. Cat Power rompe las reglas sobre el escenario y le daba igual agradar con su presencia femenina (escupía, se movía nerviosa, carraspeaba, hablaba entrecortada). Se centró en transmitir su música, que llegaba nítida, brillante, emocionante, a través de su cuerpo embarazado, torpe e inseguro. ¿Pudieron estas circunstancias hacer de barrera –por lo visto, casi infranqueable- con su público?
Sin embargo, al hablar del último concierto de Daniel Johnston en Madrid, el tratamiento de su enfermedad es otro, más positivo, como una historia de superación, casi heroica:
“Durante los tres primeros temas, la estampa del californiano aporreando su instrumento y balbuceando era -por decirlo suavemente- rara. (…) Pero entonces entró la banda de acompañamiento y la cosa mejoró. Bastante. “Love Not Dead” sonó limpia y potente, y con ella el mito entró en ritmo. Empezaron a sucederse entonces los versos románticos de sus preciosas composiciones. Los Don’t forget me, los I love you, o el genial Happy ending to my soul de “Silly Love”. Momento de vítores y emoción. Momento de comenzar a despejar la incógnita. Incluso el temblor de las manos de Johnston parecía remitir conforme nos regalaba algunas de sus canciones más populares” (“Daniel Johnston, a despejar la incógnita”, crítica de la visita de Daniel Johnston a Madrid en 2012).
Yo vi un par de días después a Daniel Johnston en Valencia. Me gustó el concierto, lo viví como un momento histórico y de nostalgia, pero me costó mucho despegarme de la enfermedad del cantautor, y no prestar atención a sus manos temblorosas –que apenas le permitían tocar la guitarra–, a su voz infantil y pastosa, a sus comentarios desorientados… Sin embargo, en prensa –y de nuevo, como eco en la sala, entre mis amigas– el relato del concierto Daniel Johnston es épico: el héroe sale victorioso, no solo él, sino todo el público, que se eleva triunfante por encima de su enfermedad para llegar al núcleo verdadero del artista/creador. Sí, al principio apenas se distinguían los acordes, pero… ¡qué buenas son sus canciones!
El loco fascina/enternece, la loca fastidia/estremece. La loca es grosera, ya que al pervertir la pátina exterior y, por tanto, no ser directamente un objeto de deseo, les ha defraudado. No son capaces de ir más allá porque, quizás, no consideren que haya nada más que valorar. Si solo es una chica guapa que está sobre el escenario, y deja de serlo, entonces no es más que un fantasma pavoroso. No merece ninguna tregua.
Bullshit. Merece corazones temblorosos, ojos abiertos y aplausos mayúsculos. Por su música. Y por su valentía de querer seguir compartiéndola, por encima de las dificultades. Como escribía Carlos Bouza en Píkara (siempre contrarrestando para BIEN):
“Pudo haber entrado en la leyenda negra del pop, esa que se alimenta de existencias envueltas en sombras, finalmente truncadas. Pero ella eligió pelear, documentando su lucha en un puñado de discos que son un canto a la redención. En la portada de uno de ellos, dos guantes de boxeo penden de un colgante, listos para reposar sobre su pecho. Nadie como Cat Power para exhibir el trofeo”.
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Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?
Kartas a Kim #4. Dominar y destacar/ La performatividad del rocanrol
Ágata Ahora. En términos generales, en cualquier ámbito sociocultural, no se fomenta que las mujeres destaquemos más allá que por nuestra belleza, contemplada por la mirada masculina, por nuestra bondad, nuestra gentileza… y otros parámetros de madre-esposa. En la música alternativa, por tanto, tampoco. Pero ¿hay algo más? ¿Algo específico de la performatividad de la música que no nos incluye? ¿Lo que se espera y lo que se refleja de quien sube al escenario es masculino? ¿Puede ser de otra forma? Kim Gordon habla de la eterna distinción entre arte (masculina) y artesanía (femenino).
“(…) por lo general, a las mujeres no se les permite ser la hostia. Es como la famosa distinción entre arte y artesanía: el arte y el desenfreno y llevar las cosas al límite es algo masculino; la artesanía, el control y el refinamiento es para mujeres. ”. Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015).
Querida Kim,
Hace unos meses, en una mesa redonda sobre mujeres en la música a la que Sangre Fucsia me invitaron a participar, Laura, la moderadora, nos preguntó si veíamos alguna característica de la escena musical que hiciera que la situación de las mujeres fuera diferente a la general en otros ámbitos culturales. Dilia (de Perra Vieja) dijo que no veía peculiaridades porque, al final, la música es una parte más de la cultura; Elena Cabrera (Autoreverse), señaló que el grado de sexualización es mayor que en otros escenarios. Lo de la hipersexualización es un temazo, y espero poder tratarlo en un post más adelante, a raíz de algunos comentarios del libro.
En el fragmento anterior tú señalas un factor interesante: la separación arte/artesanía que divide las aportaciones deseables por géneros. Se corresponde a la clásica distinción público/ privado: el arte pertenece al espacio público (dominado por el hombre); la artesanía al espacio privado (reservado para la mujer). En esto la música poco se diferencia frente a otras formas de arte.
Además añades otros factores en relación con la performatividad, ya en el espacio público (desenfreno y llevar las cosas al límite vs. control y refinamiento), que sí señalan ciertas diferencias en la música frente a otras formas de arte. Precisamente en la experiencia compartida, en el directo, es posible que el hacer y compartir música suponga una mayor exposición respecto a otras disciplinas, como la fotografía y la literatura (que se hacen en nuestro cuarto propio, aunque luego se expongan en espacio públicos) o la interpretación (ensayada y controlada al detalle, de nuevo, en un ámbito más privado). Por tanto, es posible que la música suponga un mayor riesgo en un espacio hostil. No lo sé, quizás en un sentido similar a la improvisación en teatro o en poesía.
Desde luego, tener un grupo, subirse a un escenario y compartir tus canciones tiene un punto exhibicionista y de toma del espacio, lo que entra en cierta contradicción con los valores femeninos tradicionales, que se transmiten a través de recriminaciones más o menos cariñosas del entorno, mediante mensajes continuos de los medios de comunicación. Nos piden ser comedidas, respetables, modosas. Nada de eso se corresponde con una rockstar en el escenario.
Eh, eh, pero están Debbie Harrie, Janis Joplin, Juliette Lewis, PJ Harvey… en una siguiente carta si quieres hablamos precisamente de eso, de las que es salen de su norma, a partir de otra reflexión tuya sobre el tema. En cualquier caso, de nuevo, hay que tener en cuenta que son casos puntuales. La situación general es que las mujeres siguen estando en minoría sobre el escenario y los roles hegemónicos son siempre los mismos, como decía Sole Parody: chica mona asexuada o zorra, siempre en torno al sexo leído por varones, y por tanto, como objeto contemplado, no como sujeto activo, que busca la provocación y el límite fuera de la mirada de nadie, sino como parte de su identidad.
La improvisación, la ostentación.
En el escenario, y más en contextos no-formales (*), entra en juego otro factor: eres tú con tu instrumento, y a veces toca arriesgar (la búsqueda de los límites, el descontrol). En la performatividad del rock o el punk, etc. la improvisación –lo que no se puede controlar, lo que no sabes a dónde te llevará– tiene un papel importante. Pero, Kim… ¿Cuantas chicas has visto tú participando en jamsessions? ¿Y en otro papel que no sea cantando?
En relación con el riesgo también está, en muchos casos, el desorden, el desenfreno. Y como comentas, son lugares en los que, a priori, no se nos ha invitado a estar, y, por tanto, es posible que no estemos del todo cómodas. En contraposición, sugieres el refinamiento y el control. Muy rocanrol todo eso, yes.
También en el camino de la búsqueda de los límites está la ostentación. El señor flipado levantando el mástil de su guitarra y tocando un solo con la boca abierta; dando palmas jaleando al público; dirigiendo su mirada desafiante mientras aúlla; contoneando su cuerpo entre las primeras filas. Son referentes claros que creo que tod*s tenemos en nuestras pupilas: eso es rocandrol. No es control, no es refinamiento. Es perder los papeles. Son cosas de señores. Asumimos que esos son los roles válidos en el contexto de la música alternativa, y, por otro lado, que no son roles válidos para nosotras, según el modelo de feminidad hegemónico.
Y no es que a mi me parezca mal, de hecho me gusta bastante el chourockero, las luces y las plataformas giratorias (oh, una de mis filias, el rock de señores). Por supuesto, tampoco veo necesario que todas las mujeres adquieran esas actitudes, cada una con su rollo sobre el escenario. Lo dañino es que esos sean los únicos referentes y que todos sean predominantemente masculinos.
Si el imaginario de gran parte de la música pop, rock, punk, hardcore, metal… incluye únicamente a señores haciendo muestra de su poder masculino en el escenario, para que una niña se vea identificada con esa realidad, y a la vez se sienta a gusto con el mensaje que le cuentan en Disney Channel tiene que hacer un par de piruetas mentales. Mientras tanto, otras performatividades, otras formas de disfrutar de la música sobre el escenario, de compartir el espectáculo y el mensaje, quedan invisibilizadas, o incluso quedan sin existir.
(*) ¿Qué pasa en otros contextos como el de la música clásica, en el que l*s instrumentistas responden a la técnica, el rigor y la práctica? ¿Sigue habiendo muchas menos mujeres?
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Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?
Kartas a Kim #3.2. Barreras y asedio. Sí, este también es nuestro sitio. Ft: Elia Maqueda
Entrevista a Elia Maqueda, música, poeta, traductora.
“Abogo firmemente por una nueva ola de riot grrrls”
Ágata Ahora. En torno a la música alternativa parece alzarse una barrera invisible que reza “girls are not aloud”. Estos obstáculos operan de forma diferente en cada persona, en función de sus circunstancias, de su personalidad, de sus condiciones… y quién sabe de qué otros factores. Kim Gordon fue una de las que penetró dentro de esos límites. Elia Maqueda (Medelia, Agnes) también lo ha hecho –es más, no solo en la música, también en la poesía, en la traducción de vieojuegos, de cómics… Hoy nos lo cuenta.
Querida Kim,
Espero que todo vaya bien. En esta carta, como en la anterior y en la siguiente, tenemos invitada, al hilo del fragmento de tu libro que corto-pego abajo (*). Pero antes de nada, las presentaciones:
Elia Maqueda es mi cantante favorita. Ale, ya lo he dicho. Admito que no soy del todo objetiva, claro, porque es la cantante-teclista de Agnes, donde yo soy cantante-guitarrista. Pero hay mucha gente que estará de acuerdo conmigo, si no, basta escuchar la delicia de Non-places, el último disco que grabó con Medelia, en 2012, antes de su disolución. La primera vez que yo la vi recitaba, no cantaba (bueno, sí cantaba pero con ritmo hablado), luminosa como un amanecer en el mar. Entonces recitaba poemas de Papilas analógicas. Paisaxe sur tex (Progesele/Diminutos salvamentos, 2014), junto a Ana Cibeira y Davidia Martín Saornil. Elia es traductora, poeta, música y una de las personas más bellas que he conocido, aunque en esta entrevista hablaremos principalmente de su relación con la música y su escena, y no tanto de la hermosura.
(*) EL FRAGMENTO DEL LIBRO
“Hombres tocando. A mi me encantaba la música. Fuera lo que fuese que sintieran los hombres cuando estaban juntos en el escenario, yo quería verlo de cerca, quería repasar a tinta ese algo invisible. (…) Viéndolo con perspectiva, ese es el motivo por el que entré en un grupo, para poder integrarme en esa dinámica masculina y poder mirar hacia fuera, en lugar de tener que mirar hacia dentro a través de una ventana cerrada”. Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015).
A continuación te trascribo lo que nos contamos, por escrito. Ya me dirás que te parece.
Muchos besos,
LA ENTREVISTA.
Recuerdo ver a Nosoträsh y pensar que tenía que ser estupendo tener un grupo con amigas, pero siempre me pareció una quimera
Pregunta: ¿Recuerdas alguna experiencia como observadora de chicos tocando, antes de empezar a tocar tú? ¿qué pensabas entonces?
Respuesta: Yo pensaba sencillamente que anda que no molaría estar ahí arriba. Me daba mucha envidia e, igual que Kim, quería participar desde dentro. Pero a la vez saltaba a la vista que era un mundo muy de chicos. Siempre me ha gustado mucho el pop, y recuerdo ver a Nosoträsh y pensar que tenía que ser estupendo tener un grupo con amigas, pero siempre me pareció una quimera. Ahora reflexiono y me pregunto por qué me parecía algo tan difícil de conseguir: solo había que hacerlo.
P: ¿Crees que la música alternativa es un espacio que invita a las mujeres a participar?
R: Creo que es un espacio peligroso, porque aparentemente podría parecer más abierto pero luego no lo es en absoluto. Al contrario, en ocasiones me parece que puede llegar a ser un mundo bastante más masculino que, por ejemplo, la música mainstream. Por supuesto que invita a las mujeres a participar, pero de otras formas, con otras luces y otros recovecos raros.
P: ¿Crees que las mujeres nos sentimos apeladas?
R: Yo creo que sí, o al menos quiero pensar que sí, pero a la hora de la verdad no se nos ponen las cosas fáciles. También depende de cómo lo entiendas: como intérprete y cantante sí me he sentido apelada muchas veces, no tanto así como instrumentista. Claro que eso también es algo que tenemos que revisar nosotras mismas, no lo niego, y es un trabajo individual y colectivo que debemos asumir como pendiente.
P: ¿En qué sentido?
R: En el ámbito instrumental, es un comentario habitual lo de que las chicas “tocan peor”; en cambio, se asume que cantamos mejor. Es una cuestión meramente educacional: a las chicas de mi generación no se nos daba una guitarra eléctrica, no se nos animaba a generar una voz creativa y contestataria ni a hacer ruido, y los modelos femeninos eran escasos además de prototípicos en su gran mayoría. Además, la apariencia y la estética están muy polarizadas sobre un escenario, no solo por géneros sexuales sino para empezar por géneros musicales; en la música alternativa hay mucho postureo, mucha trampa y mucho cartón. No lo digo como algo necesariamente negativo; querer proyectar una imagen es algo más que comprensible, pero tenemos que ocupar la posición de poder decidir cuál será y, sobre todo, nunca supeditar la música a la apariencia (opinión totalmente personal y cuestionable, pero es la mía).
Es la apariencia de la chica la que importa, en un caso mixto como este [Medelia], y no la del chico, Y el modelo de belleza es el que es en función a unos cánones establecidos por la industria de la moda
P: ¿Tienes alguna experiencia propia al respecto (una situación en la que se te dijera de manera más o menos clara este no es tu sitio)?
R: Más que un “este no es tu sitio”, se trata de una experiencia relacionada con la apariencia. En una conversación con una persona del mundo de la música alternativa, hablábamos de las comparaciones de mi dúo (chico/chica), con otro, también chico/chica, que había empezado a sonar en la radio y a figurar en los carteles de muchos festivales. Esta persona opinaba que nuestro dúo era musicalmente mejor que el otro, pero que la chica del otro “estaba más buena” y por eso les iba mejor. No lo dijo con mala idea, sino con rabia de que algo así ocurriera, pero el pesar de que la tiranía de la apariencia “mandaba” impregnaba el comentario y la forma de ver las cosas de aquella persona y, creo, de toda una industria, en este caso la de la “música alternativa” (sea lo que sea eso). Lo peor es que es la apariencia de la chica la que importa, en un caso mixto como este, y no la del chico, y que el modelo de belleza es el que es en función a unos cánones establecidos por la industria de la moda. En cualquier caso, lo realmente deprimente para mí fue que la imagen pesara sobre la música y que fuese, en aquel caso, la mía (o la de aquella otra chica).
P: ¿Cómo crees que se puede revertir eso?
R: Si la exposición física en el escenario es inevitable, que lo es, para ellos y para nosotras (aunque de un modo distinto), siempre podemos callar bocas cuando nos bajemos del escenario, en lo organizativo, en el proceso de enchufar cables, en lo relativo al sonido o en cualquier otro hueco. Al final, te haces experta en esquivar ataques. La astucia siempre viene bien.
P: ¿Cómo lo hiciste tú?
R: Casi siempre trato de utilizar unos ámbitos para subvertir otros. Durante años he estado inmersa en otro mundo muy masculino como es el de los videojuegos, algo que he utilizado en conversaciones más de una vez para soltar algún zasca. Soy muy sonriente y apacible hasta que me tocan la moral y salen a relucir los paternalismos, y cuando eso ocurre soy bastante incendiaria. Quien ha discutido de estos temas conmigo no me los suele volver a sacar.
P: ¿Se te ocurre alguna estrategia conjunta para fomentar que más mujeres se interesen por la música?
R: Hay que dar ejemplo, sin lugar a dudas. Cuantos más grupos de chicas, o liderados por mujeres, alcancen la “primera línea”, mejor que mejor. Las niñas y adolescentes, o directamente nuestras propias amigas, necesitan modelos reales que seguir. Que todas nos animemos, como mínimo, a probar a montar una banda. Que luego no nos gusta, pues vale, pero no sirven los argumentos de no intentarlo porque “yo no me veo en un escenario”, “porque toco fatal” o “porque todo el mundo me va a mirar”. Hace falta una escena contundente, más mujeres haciendo ruido, del tipo que sea. Abogo firmemente por una nueva ola de riot grrrls, esta vez en una variedad aún más amplia de estilos musicales.
Hace falta una escena contundente, más mujeres haciendo ruido, del tipo que sea
P: ¿Quieres hacer algún otro comentario al respecto?
R: Solo que espero que cada vez seamos más las que asumamos nuestras virtudes, igual que nuestras incoherencias e inseguridades, y construyamos una red fuerte entre nosotras para no tener que bajar nunca la cabeza. La cabeza, como el volumen, siempre alta.
* Es importante tener en cuenta que las personas que participan en estas entrevistas son músicas en activo, son las que sí están ahí, por lo que, de alguna manera hemos conseguido traspasar los obstáculos o, incluso, gracias a nuestro entorno o educación privilegiada, no los hemos sufrido. Por tanto, no vamos a poder describir el fenómeno en su plenitud. Si tú tienes algo que añadir, por favor, háznoslo llegar a sisterhood.mad@gmail.com
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Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?
Kartas a Kim #1: La mujer creadora como objeto de contemplación/ El aspecto como mensaje artístico
Ágata Ahora. En la página 15 de La chica del grupo (Editorial Contra, 2015), la autobiografía de Kim Gordon, aparece una de las declaraciones más valiosas de todo el libro. En ella, la bajista de Sonic Youth describe, desde su propia experiencia, la mirada hegemónica que se establece sobre la mujer en la música: como la musa, el objeto de deseo o la que genera una admiración platónica. Esta concepción implica una apreciación muy limitada del mensaje artístico de la creadora, prácticamente reducida a su aspecto físico.
“Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que, para las discográficas de altos vuelos, la música importa, pero el aspecto de la chica es determinante. La chica afianza el escenario, atrae la mirada masculina y, dependiendo de quien sea, devuelve su propia mirada al público” – Kim Gordon, La chica del grupo (Editorial Contra, 2015)
¡ZAS! Más claro no lo puedes decir. Que lo determinante sea el aspecto de la chica establece la intención que tendrán el producto y su lanzamiento (que luego repetirán los medios de comunicación hasta el agotamiento): la mujer música es un objeto de contemplación y recreación, disfrutad, señores. Además, fija cierta predisposición en el receptor, que ya sabe bien qué es lo importante (o, ¿qué es antes, la discográfica que se debe a su público o el público que se educa en base a lo que recibe sistemáticamente?).
Esta sencilla idea se traduce en numerosos aspectos, como por ejemplo:
- La apariencia de la chica está por encima del resto de sus cualidades como música, de su música, de su propuesta artística, de su mensaje político, emocional, estético…
- Es posible que la discográfica dictamine e imponga este aspecto por encima del propio de la persona, pues es un factor clave en su apuesta de negocio y ellos saben de lo que hablan.
- Es muy probable, por tanto, que solo se acepten y se reflejen algunos tipos de cuerpos e identidades que hagan que la discográfica (velando por su el público) se sienta tranquila: belleza hegemónica —delgadez, juventud, depilación…—, vestimenta adecuada —hipster, cuidada, marcas y consumo— actitud comedida, roles tradicionales…
- El aspecto de la chica es la aportación principal que la chica puede hacer al producto artístico del grupo.
- El look de la mujer se convierte en su mensaje artístico.
- Por eso, también, los hombres del público consideran oportuno hacer comentarios al respecto: es el mensaje que ellos, como receptores, reciben de ese acto comunicativo. Y la comunicación efectiva es la bidireccional, ya se sabe. ¡Tía buena! ¡Guapa!
- Los medios de comunicación prestarán especial (a veces exclusiva) atención al aspecto de las chicas. ¿Son guapas? ¿Son sexis? ¿Qué llevan puesto? Las claves para una buena reseña.
El aspecto de la chica atrae la mirada masculina
Para empezar, la única mirada que parecen tener en consideración las discográficas y en general el sistema musical es la de los hombres. Quienes saben, escuchan y disfrutan la música son un ejército de varones blancos heterosexuales. Entonces, se sobreentiende que, al subir al escenario, las mujeres entramos en un juego de atracción, simple y llanamente. Estamos ahí para ser contempladas. Para ser sujetos pasivos de la siempre presente mirada masculina. Para ser musas. Pordios, basta ya de llamar a las artistas y creadoras “musas”, como se hace de forma repetida con Cat Power. ¿A ti también te lo llamaban, Kim? Y ¿cómo te sentaba? Musa del indie. ¿Musa de quién?
MUSA MUSA MUSA MUSA MUSA MUSA MUSA MUSA
[OBS: cada hipervínculo lleva a un artículo diferente]
El aspecto de la chica afianza el escenario
Querida Kim, ¿Sonic Youth, o al menos vuestra discográfica, os sentíais más segur*s al contar con una mujer en el grupo? ¿Porque da exotismo? ¿Porque distrae al público de las cagadas del resto de tus compañeros? ¿Porque añade algún mensaje artístico extra? ¿Es el aspecto físico una postura artística?
Yo creo que puede serlo, cada una decide cómo monta su espectáculo. Lo jodido es cuando es LO DETERMINANTE siempre.
A mí (sí, lo admito) me gusta la ropa, como a ti, Kim. Me gustarían incluso el maquillaje y los peinados si dominara sus técnicas y estuviera dispuesta a perder el tiempo que requieren. En concreto, en los conciertos me gusta escoger ropa especial, en parte porque el escenario lo permite —puedes ir disfrazada incluso de caballito pony y sería razonable— y en parte porque me gusta estar guapa. Mi concepto de guapa, claro, que no siempre tiene por qué coincidir con el de ninguna de las personas de la sala.
PERO. No, no es lo más determinante de mi propuesta como música. Dedico horas a construir las canciones: primero a probar y probar combinaciones de acordes y disonancias en casa; a construir melodías de voz sobre ellas; después a escribir letras que digan algo interesante o evocador y que encaje en las sílabas y los espacios; por último, a cribar para uno u otro proyecto. Si acaban de funcionar en el grupo, las completamos y las ensayamos hasta que tienen sentido en el local. Además, también invierto tiempo y esfuerzo en la interpretación: en ser mejor guitarrista, en ser mejor cantante, en seguir aprendiendo. Supongo que tú harás igual, Kim.
Para que el concierto sea posible, normalmente a esto hay que añadir una serie de dedicaciones añadidas: gestiones con la sala, comunicación del evento, transporte del equipo, prueba de sonido… y para que sea exitoso, otras cuantas: concentración, ser capaz de ejecutar bien el repertorio, transmitir, pasarlo bien, disfrutar del momento, ser capaz de comunicarte bien con el público, con tus compañeras… Hay miles de factores más o menos controlables, directos e indirectos, que operan ANTES que la elección de la ropa, del maquillaje. Y son infinitamente más importantes.
… dependiendo de quien sea, devuelve su propia mirada al público
Solo si eres joven, estadounidense y blanquita, además de lo suficientemente atractiva para que en primer lugar te hayan dejado subir al escenario, igual, si ya estás empoderada, te han educado padres de clase media-alta, académicos o artistas, pues oye, podrás devolver tu propia mirada al público.
Creo que entiendo regular lo que dices aquí, Kim, no sé si usas la ironía, ¿hablas en boca de la discográfica o es tu opinión? En la segunda frase no sé si describes la situación desde tu punto de vista, explicando por qué a las discográficas les parece el aspecto de las chicas lo más importante, o si sigues desarrollando la opinión de las discográficas y usas la forma afirmativa con cierta ironía.
En cualquier caso, a mí no me vale “dependiendo de quien sea”. Como cuando preguntan a mujeres empoderadas y más o menos consagradas en el mundo de la música: “¿Crees que hay machismo en la escena?” y dicen “no, yo nunca he encontrado ninguna traba”. Ya. Por eso han podido llegar hasta ahí. Pero… ¿no ven algo raro a su alrededor? ¿Dónde están el resto de mujeres? Yo quiero que todas las mujeres (¡muchas!) puedan emitir su propio mensaje, construir su propuesta artística, y hacerlo llegar sin cortapisas a un público formado por miradas de todos los géneros y por encima de los mismos.
Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, y tratamos de responder preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿Cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90’s? ¿Nos dice eso algo sobre el panorama general?
Kartas a Kim
La chica del grupo (Editorial Contra, 2015) ofrece un relato de una mujer en la música independiente, en primera persona, e incorpora una perspectiva feminista en la narración autobiográfica. En Kartas a Kim, esta nueva sección del webzine Sisterhood, ahondaremos en las experiencias que destaca Gordon en el libro y que reflejan las tensiones de un patriarcado musical que nos afecta a todas, hasta a las que llegan a la cima y machacan techos de cristal.
Ágata Ahora. Kim Gordon acaba de publicar La chica del grupo (Editorial Contra, 2015), una autobiografía en la que repasa su vida y su carrera artística. Así en general, me gusta mucho Gordon, soy fanísima de Sonic Youth y me parece bastante bien Body/Head, su último proyecto en solitario, así que claro, me interesaba mucho la perspectiva que pueda dar sobre su vida y su persona. Me he lanzado a leerlo y, aprovechando mi estancia en una isla, lo he devorado en un par de días. Mi impresión después de la rauda lectura es que es un libro entretenido y no es una maravilla. Para mi gusto, peca un poco de autocomplaciente (ains, los yankis y su utopía autoproclamada, ¡U-S-A!), no ahonda demasiado, bueno, digamos “lo suficiente para una fan curiosa”, en Sonic Youth ni en general en la faceta musical de Kim Gordon –creo que ella se siente más orgullosa de su trabajo como artista visual-, y quizás toma excesivo peso su ruptura con Thurston Moore y su relación con su hermano. Pero también tiene cosas muy guais: describe varias escenas vibrantes en las que hubiera dado un trozo de mi meñique por estar –el grunge de los 90’s, la New York en los 70-80, en nowave, la California post-Mansoniana…; incluye fotos molonas; presenta en capítulos cortos y directos una retrospectiva amplia de su vida; genera un relato de una mujer en la música, en primera persona, y reflexiona a menudo en el texto sobre ello.
¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90’s? ¿nos dice eso algo sobre el panorama general? Yo creo que sí, y me parece interesante utilizar la vivencia de Gordon para reflexionar en voz alta y compartida sobre la mujer en la música. Con Kartas a Kim pretendo seguir desarrollando ciertos hilos que aparecen en el libro, en particular los que tratan la dimensión de género. Lo haré aquí, en la webzine de Sisterhood, y la sección se llamará Kartas a Kim. ¿Habrá spoilers del libro original? Bueno, algo sí, pero emplearé solo frases o párrafos del libro, que yo creo que no destripan nada. Tampoco creo que el libro tenga grandes intrigas.
Por otro lado, claro, al extraer breves fragmentos de un libro de más de 300 páginas corremos el riesgo de descontextualizar las declaraciones de la autora (efectivamente, así que: ¡leeros el libro entero!), pero Kartas a Kim no son los testimonios del Kim Gordon, sino mis reflexiones a partir de la lectura del libro. Espero que os resulten interesantes y si tenéis cosas que añadir, estaré encantada de recibir vuestros comentarios en sisterhood.mad@gmail.com. ((Buah, me acabo de imaginar un club de lectura feminista/rockero. Anda que no molaría.))
Bienvenidas.
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Kartas a Kim es un diálogo ficticio con Kim Gordon (Sonic Youth, Body/Head) a través del libro La chica del grupo (Editorial Contra, 2015). Con un té de ginseng en la mano, nos centramos en la relectura con perspectiva de género de sus experiencias en la música independiente desde los 80, a partir de preguntas como: ¿Qué significa para Kim Gordon ser la chica del grupo? ¿cómo ha sido la experiencia de una de las grandes estrellas del rock alternativo de los 90’s? ¿nos dice eso algo sobre el panorama general?